Manifiesto de la edición artesanal

El pasado no está muerto, vive en nosotros,

y estará vivo en el futuro que estamos ayudando a crear.

William Morris

Un espantajo recorre este mundo. Es el espantajo de la automatización. Es un fantasma que seduce nuestras yemas, un espectro que baila ante nuestros ojos, una promesa de bienestar que nos ofrece seguridades que se asemejan a la inmortalidad, que suenan a movimiento perpetuo.

No importa quién se atreva a enfrentársele. Habrá de perder. Dicen que habrá de perder. Hay estudios e investigaciones que afirman que, habiendo vida más allá de lo mecánico y lo analógico, también de lo industrial, nadie quisiera perderse esa vida más allá de lo ya conocido. Sin embargo, somos seres humanos, no seres autómatas, por lo que algo, al parecer, no encaja con el paraíso prometido de comodidad que dice brindar la automatización de nuestra vida cotidiana.

Hay un creciente número de aspectos de nuestras vidas que han ido virtualizándose, volcándose así parte de nuestra existencia dentro de aquella nube ubicua que guarda de nosotros más información de la que podemos llegar a imaginar. Tal virtualización no tiene por qué desmaterializarnos ni convertirnos en entelequias. Somos carne y hueso aún; y todavía no se ha inventado la forma de hacer migrar nuestra conciencia a un aparato capaz de contenerla.

En este contexto, ¿qué papel juega lo artesanal? ¿Para qué hacer con las manos cuando ya hay máquinas capaces de hacerlo todo mejor y más rápido? Será porque lo artesanal no se limita a la mera manufactura, ya que implica, por ejemplo, la transmisión de valores y saberes culturales aprendidos con la enseñanza y la práctica. En este sentido, lo artesanal no ha de concebirse como un hobby, como una actividad propia de principiantes ni, mucho menos, como un trabajo arcaico, precario y repetitivo. Por el contrario, lo artesanal es la base de múltiples oficios actuales que tienen en común el hecho de que transforman la materia, dándole no sólo un valor utilitario, sino también estético, histórico e incluso social, al ofrecer bienes nunca idénticos entre sí, en cantidades evidentemente inferiores a las que se producen a escala industrial.

Si así concebimos lo artesanal, ¿qué entendemos entonces por edición artesanal? Lo primero que habría que decir es que, en un momento en el que la edición se ve acompañada por diversos calificativos (transnacional, corporativa, independiente, autónoma, comunitaria, cartonera, etc.), la edición artesanal hace referencia a un modo de hacer libros, a una forma consciente de manufacturar publicaciones que se caracteriza por brindar al público no sólo una muestra de expresión impresa, sino una materialidad concreta de dicha expresión acudiendo a contenidos, materiales y técnicas propios del entorno en el que se produce. En esa medida, la edición artesanal no sólo manifiesta el mensaje y la intención de quien(es) ha(n) generado el contenido impreso, sino también el saber-hacer local de quien(es) le ha(n) dado tangibilidad a ese contenido. En este orden de ideas, la edición artesanal tiene un lugar de enunciación reconocible; y, a diferencia de los procesos editoriales industriales a gran escala, no se dirige a los grandes públicos globalizados, sino que apunta, en lo local, en lo cercano, principalmente hacia quienes sepan reconocer y degustar el sabor propio de lo hecho en un contexto específico y conocido.

La automatización recorre al mundo, como espantajo que promete que todas nuestras grandes necesidades están a un click de ser resueltas. Por su parte, la edición artesanal opta por largas jornadas de trabajo, por grandes esfuerzos para resolver cada caso y un ritmo de producción más propio del mundo vegetal que del industrial. Habrá quienes crean que estamos señalando un conflicto o, incluso, declarando una guerra. No es ésa nuestra intención ni la de este Manifiesto. Modestamente, sin olvidar que la industrialización, la automatización y la virtualización de los quehaceres —y existencia— humanos han brindado soluciones pertinentes y de calidad a muchas de nuestras necesidades, la edición artesanal está aquí para recordarnos que, con nuestras propias manos, podemos resolver esta carencia de control sobre medios impresos de comunicación, esta búsqueda de identidad en lo tangible, esta exigencia de figurar entre lo existente, este anhelo de perpetuarnos en aquello que con nuestro cuerpo transformamos.

Al escuchar estos principios y argumentario nuestros, de estar vivo, don Johannes Gutenberg quizá se sonrojaría, celebraría nuestro ímpetu y hasta estrecharía con fuerza nuestra mano, reconociéndonos como su colega; y le responderíamos que él ha sido —quién si no— nuestro más noble y notable precursor. Pero, tras esa efervescencia, él sabría muy bien que, más que representar la vanguardia que él marcó, somos albaceas de una tradición manual en riesgo de caer en desuso ante la automatización de los procesos editoriales y la mercantilización de toda creatividad.

En otras palabras: somos animales en extinción; y es verdad, pero es verdad incompleta: somos también en movimiento y en resistencia, contra el espantajo que nos inutiliza, que nos reduce simplemente a consumir y restringe nuestros placeres a la capacidad adquisitiva que seamos capaces de demostrar —así el endeudamiento censure la solidaridad e incompatibilice nuestros afectos con los crecientes intereses; y neutralice las motivaciones surgidas del fondo del corazón.

Vistas así las cosas, la edición artesanal es posible gracias a quienes usamos nuestras manos para elaborar, uno por uno, los ejemplares que ofrecemos al público; pero, al mismo tiempo, de nada serviría hacer cada uno de nuestros ejemplares sin este público, capaz y dispuesto no sólo a invertir capital, sino sobre todo a encontrar en esta forma de publicar una satisfacción que va más allá de la satisfacción de una necesidad material. En otras palabras, sin que sea su principal fin, la edición artesanal propicia la creación y consolidación de comunidades humanas, así como favorece la constitución de tejido social a partir de objetos materiales que funcionan como vehículos de cultura y, a su vez, como productos característicos de un territorio específico. Es un acto de afirmación colectiva, es una evidencia de soberanía, en este caso, soberanía expresiva, soberanía editorial.

Ni somos David, ni la automatización es Goliat, ni viceversa. Nuestra ‘prédica’ no incita a la confrontación. Aún creemos que podemos convivir pacíficamente. Afirmar los principios propios debería ser una costumbre, para que no parezca que hay quien ya vio todas las cartas que aún la historia se guarda.

La edición artesanal es una opción real, tangible, plausible y posible, además de asequible y accesible; y, ante todo, vigente y presente. Muy presente.

Firmantes:

Juan C. Biermann López (Jübilo editorial y Ediciones Dosis Mínima), Felipe Sandoval Correa (Dosis Mínima y SobreDosis), José Rengifo Delgado (Impertinencia De Todo y Colectivo Editorial Mutante), Jen Vega (Musa Paradisíaca), Edwin Betancourt, Cristian Garzón (Totuma Libros), Andrés Leonardo Estupiñán (Andrés Lee Editor), Ana Sofía Buriticá Vásquez, Daniel Montoya y Nicolás Ramírez López (Bajo Mundo Récords).

A continuación, encuentras los pdfs de libre descarga de la parte interna y las portadas del Manifiesto de la Edición Artesanal, para que las descargues gratuitamente y puedas imprimirlas y armarlas por tu cuenta:

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